La luna de la mañana me
acaricia
como la tibia seda de unos
brazos de madre
Elvira Daudet
Apenas veo la aurora, amanece sin prisa,
sólo tengo mis manos, y mis ojos atentos
mientras oigo campanas que, lejanas, me acercan.
Ecos de mis
recuerdos estampados con lápiz,
imágenes borrosas de escenas del pasado.
Esta luz que acaricia desmadejadamente,
cura mis cicatrices con destellos lentísimos;
huyen de mi las sombras, huyen despavoridas
como diablos cobardes ante espadas de fuego.
Casi no veo la aurora, pero intuyo su luz.
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