Oigo
la voz del río descendiendo hacia el mar,
su
lecho se ha extraviado entre muchas corrientes,
como
yo al caminar. Tantos pasos perdidos.
Mis
pies, ceniza de algas, ya son cantos rodados.
Como
aspas de molino mis brazos giran, giran,
el
viento los sacude en sentido contrario.
Saludan
a las blancas gaviotas, lejanas,
no
saben que mi vida entre dudas
transcurre,
ni
que llevo mil lustros queriendo conocerme.
Se
precipita el río para verse en su espejo.
Recorrido
sinuoso, meandros salvadores
dibujan
la estampida como búfalos locos.
Qué
serenidad fluye cuando llega hasta el mar,
descanso
del camino para ya no perderme.
En
sus aguas de sal duermo mis pensamientos.
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