1
Espejo que
delata una mísera imagen
de palidez extrema,
enferma luna plata,
que con pasión
reclama ojos que la contemplen.
Es mi propio reflejo,
pido amor y clemencia,
pido tregua y
consuelo como un ave sin nido,
pido cada mañana que
alguien me esté queriendo.
2
La nieve cubrió todo: la
tierra está vestida,
como si ella, sin manto, su
vergüenza sintiera.
El agua brilla espejo en
rojo amanecer.
Albura que ilumina la
soledad callada,
limpia ya de rumores y de
quebrado barro.
Tú sigues a mi lado y
piensas que te quiero.
Vuelan ramas en blanco de
árboles que suplican,
qué difícil el cielo con un
peso tan leve.
3
Se exhibe el mar, lo sabe, mis pupilas se clavan,
inmensidad de azul desde este verde prado.
Ignoro si es
principio o es fin este espejismo
o si de mí depende lejanía tan bella,
sé que me pertenece mientras puedan mis ojos.
Amo la soledad, pero en tu compañía.
Reina una viva calma, que ahora cruza un velero.
Centinela del mar.
4
Se reclina la tarde, a
nuestra espalda lluvia.
Entibiados los ojos con el
paso del tiempo
surge una oscuridad que
fugaz nos horada.
Después de largos años
fundidos a esta tierra,
saltando tantas sombras con
paso decidido,
no hay temor a tormentas ni
a maléficas brujas.
Por fin se abre la noche,
con fragancia a heliotropos,
y escampa una gran luna que conoce lo nuestro:
sabe que eres el mar y yo la
blanca arena.
5
No termina este otoño que atenaza mis labios,
sobre mis ojos hojas y lluvia en mi cabeza.
Hay un color naranja rondando mis pestañas,
aleteos de pájaros que me dan la señal:
no quieren ya más perlas, sus alas oro y plata,
centellas de tormenta, sus nidos tan mojados
y ese cielo plomizo, tinta gris en la noche,
sin oriente que oriente, ni brújulas, ni lunas.
Cuando escampa alzo el vuelo, quiero ser un reflejo
de esas aves que danzan sobre secas campiñas.
Desde el cielo mirar tu sombra enamorada.
6
Se bifurca el
camino cada paso que doy.
Prefiero el de
la mies al de barbecho y lodo,
el que no
tiene curvas que en la cuneta acaban.
En cada sombra
de árbol mis sandalias se elevan
y me descalzo
al sol uniéndome a sus rayos.
Los pájaros
revuelan al son de las campanas,
me acerco a
los tañidos que me dan compañía.
Quizá tú estés
allí, esperando que vuelva.
Me fui de
madrugada, y sin decirte adiós.
7
En el último lecho te
acordarás de mí,
del paso fugaz, leve, de
nuestro amor secreto,
de lo que pudo ser al filo
de una noche
o nuestras manos juntas en
la mitad del día
sin estúpidos velos que la
vergüenza cubren.
Sólo existe una luna –aún
con su cara oculta-.
El verdadero amor es como
ella, serena,
viste blanco lo negro,
ningún dios le hace sombra,
por eso jamás muere, por eso
se eterniza.
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