El primero que comparó a la mujer con una flor, fue un poeta;
el segundo, un imbécil. Voltaire
-¿Alguien
tiene algo más que decir?
Lo
dijo casi casi gritando, verdaderamente enojada. Había llegado al límite,
estaba claro. Todos se quedaron muditos, agarrotados.
Así
que continuó:
-
Estoy harta de las malas pasadas del inconsciente, harta de las psiquis desamuebladas.
La
decena de personas que le escuchaban seguían en silencio, mirando, paralizados.
Todos
sabían que ese pasado traumático les
tenía encapsulados, que habían perdido el deseo.
Ahora,
perdidos en esa isla, incomunicados, tras el naufragio del barco que les traía
del concurso de Míster Universo, celebrado en Filipinas, se encontraban más
hundidos que el propio barco en el navegaban.
Con su desesperación en aumento y sabiendo que, como
única mujer, debía coger las riendas de tan incongruente situación, comenzó a
resolverla como ella muy bien sabía, con esa gran ilusión que ponía en todo y
que le caracterizaba. Con esa gran fantasía que, en momentos enojosos, ponía en
marcha.
Si,
si, uno a uno, les fue liberando de ese superyó que les castraba, con ese gran
placer de actuar con el deseo. Sin tapujos, con esa gran pulsión de vida que
tanto le singularizaba.
Un
barco mercante pasó a los tres días por la isla, pero tuvo el tiempo
suficiente.
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